Al principio, las caras eran sólo una nebulosa, pero enseguida logró identificar a las personas. Era un dibujo que había visto en un libro sobre Salem, de los patriarcas puritanos en el momento de condenar solemnemente a las acusadas de brujería. En lugar de esas caras difusas aparecieron las de Tremonisha Smarts y Becky French. No podía oír lo que decían. Movían los labios. Estaban enfadadas. Él estaba sentado en el banquillo asignado a las brujas. Becky dijo algo a uno de los guardias y el guardia se dirigió hacia él. Estaba ahora a punto de llevárselo al patíbulo —era lo que dedujo, con esa lógica peculiar que nos invade en sueños—, pero cuando el guardia levantó la vista bajo el sombrero puritano de color negro, no era ya ningún guardia, sino su propia madre…
En seguida, Becky y Tremonisha dijeron «¡Corte, corte!» y el sueño dio paso a una escena en el desierto. Estaba encogido tras un cactus, al tiempo que una mano con piel resbaladiza se disponía a seccionarle la cabeza a una serpiente cascabel, mediante una daga afilada y centelleante.